22.11.08

¡Al que está quieto, se le deja quieto!





Yo quisiera entender esa necesidad que tienen algunos hombres (y no digo “todos” porque las generalidades son uno de los resultados de la ignorancia) de alborotar avisperos. Es increíble la capacidad que tienen de buscarse lo que no se les ha perdido y luego hacer pataleta cuando todo se les vuelca en contra.

Ponen las reglas del juego, bien claritas desde el principio como si llevaran los pantalones y el cinto bien apretado: - “Me gustas mucho pero no quiero una relación, quiero compañía, quiero pasar mi tiempo libre contigo, salir de vez en cuando…” y una confiada en ello decide hacer su vida ajustándose a la situación. Pasa el tiempo y de pronto uno se encuentra las camisas y hasta los calzoncillos del fulano en la canasta de la ropa sucia, su cepillo de dientes fuera del lugar que corresponde y generalmente con una mancha de crema dental haciendo un círculo azulado sobre la cerámica del lavamanos; un par de chanclas talla 45 al lado de la cama y unas botas de montar inmensas, llenas de barro, ensuciando un rincón del closet. Eso sin contar que hace dos meses se negó rotundamente a dejar que te hicieras el corte de cabello que toda la vida te ha gustado porque a él “le gustan las mujeres de pelo largo”. Y para completar el cuadro, se desaparece del mapa unos días porque el médico te ordena abstinencia post operatoria durante 3 semanas, argumentando que “nunca estuve de acuerdo con esa cirugía”; pero pasado ese tiempo aparece con un bonito ramo de orquídeas y una sonrisa descarada en el rostro como preguntando “¿Ya se puede?”

¿Ya se puede? - ¡Ya te podés ir al carajo! Me podés gustar más que arruncharme bajo las cobijas hasta tarde un domingo de lluvia pero ahora la que pone las reglas del juego soy yo y si no te gusta pues me dejás como estaba, te llevás el barro de tus botas, te metés el cepillo de dientes por las orejas hasta rascarte el cerebro y te buscás otra que te lave el calzoncillo cagado.

Antes de que el fulano apareciera una estaba tranquilita concentrada en lo que quiere hacer y debe hacer, luchando día a día con los propios demonios sin estar desperdiciando energía pendiente de lo que necesita, quiere o le apetece a un parásito sexual que de un momento a otro y sin previo aviso se instala en mi vida y además pretende tomar decisiones sobre ella. ¡No señor!

Y que se guarden sus escenitas de celos porque me le perdí el viernes y tampoco le contesté el celular. No sé a qué fulanas estará acostumbrado pero no soy de las que andan con el uno y con el otro aunque legalmente y gracias a sus ridículas reglas de “cero compromiso”, podría estar en todo mi derecho de hacerlo pero no, lo mío es un tema de salubridad.

Una supone que un tipo que ha vivido más de medio siglo debería saber lo que quiere, cómo lo quiere y cuándo lo quiere. Se asume que su experiencia le ha enseñado a no dar pasos sin estar seguro hacia dónde se dirige. Con toda la autonomía y certeza llega a la vida de uno mostrándose como un hombre aplacado, serio, estable, organizado, con sus chocheras (como cualquier ser humano) pero con la firme intención de buscar una grata compañía sin compromisos ya que los compromisos que pensaba adquirir en su vida ya se los gastó en una primera y segunda esposa, en tres hijos ya adultos todos, 4 nietos a los que jamás ve porque ni siquiera viven en la misma ciudad y los 25 años que trabajó hasta hacerse merecedor de una apacible jubilación. Hasta ahí todo bien. El tipo es un lord. Tiene sus detallazos, llama día de por medio, te dice una y otra vez lo hermosa que le pareces… Bueno, todo eso que nos encanta a las mujeres para alimentar el ego. Pero el muy condenado tiene perversas intenciones. En realidad lo que busca es una tonta sin un ápice de cultura, psicodependiente del macho que brinque cada vez que a él le canta el orto.

Mi ombligo se rehúsa por completo a ello. Al que está quieto, se le deja quieto y yo estaba muy quietecita y cómoda en mi mundito azul de pseudo escritores vaciados y huraños con los que me siento totalmente complacida.

1 comentario:

Andrés Meza Escallón dijo...

Hmmm... esta experiencia me recuerda sospechosamente a lo que sentí cuando instalé Office 2007, cuando el viejo funcionaba divinamente... :D

En fin, qué pereza que lo vengan a joder a uno sin querer asumir las consecuencias.