21.11.08

Pequeños Placeres


********** Advertencia ************

Este relato es producto de la ficción aunque se base en testimonios reales. Como dicen en las pelis gringas: Su contenido explícito de sexo y violencia no es apto para menores de edad o personas con dificultades para discernir entre realidad y ficción, por tanto recomiendo la lectura en compañía de un adulto responsable ó abstenerse de la misma. Además fue rechazado en Yoescribo.com por considerarla, cito: "in-necesariamente explícita sexual y violentamente. Lo sentimos pero hace pocos meses introducimos un filtro de calidad y su obra no lo ha superado." Por tanto lea bajo su propia responsabilidad

Pequeños Placeres

I


La campana de la escuela de los viernes siempre le provocó un placer indescriptible. Se levantaba como un resorte de la silla y corría por encima de sus compañeros para llegar rápidamente a la parada del bus que lo llevaba hasta la ciudad para quedarse todo el fin de semana en casa de su tía Luzclarita. Dos años antes sus padres no se lo permitían, era demasiado pequeño para trabajar pero a raíz del accidente en la cantera, su padre había estado 6 meses incapacitado. Ya Miguel tenía 11 años y bien podía ayudar en la casa. Su tía Luzclarita se lo llevaba al bar donde era mesera para que vendiera rosas, cigarrillos Marlboro y Kool Light y chiclets Adams.

Para Miguel era una aventura cada fin de semana, veía automóviles nuevos, hombres y mujeres bien vestidos, música, luces de neón, pero lo que más le gustaba era el dinero que lograba hacerse en una sola noche. Después de las 11, cobraba su mercancía al doble o triple, según el marrano: entre más ebrio se veía más billete soltaba.

Se subió emocionado a la ruta pensando que era fin de semana de Amor y Amistad. Haría dos o tres mandados en la tarde para poder comprar el doble de rosas y duplicar sus ganancias. Por ser esa fecha las podría vender a cuatro veces su valor real. Contó el dinero que llevaba luego de pagar su pasaje. Le alcanzaba para dos docenas. Necesitaría al menos ocho mandados de mil pesos para completar para las cuatro docenas. Pero sabía que podía venderlas muy bien. Los mandados los hacía en la Terminal de Autobuses al llegar, cargando maletas y paquetes desde los buses hasta los taxis de la salida. Al pequeño se le veía de un lado a otro con la carita roja y sudando a mares, cargando al hombro la maleta que fuera, sin importar el tamaño.

Se paró en el andén a esperar al primer cliente cuando llegó la ruta de Tulúa. Se acercó a la primera señora mayor que se bajó y tomó la maleta asustando a la mujer. Un hombre acababa de apearse y observaba fríamente la escena. Esperó unos segundos la respuesta de la mujer que dudaba…: - Niño, te pago dos lucas si me llevas esto - dijo con voz fuerte y sin modulación.

Miguel se volvió sobre sus pies para ubicar de dónde provenía la voz y se encontró el rostro del hombre con una mueca que parecía una sonrisa. Se encogió de hombros, miró de nuevo a la mujer y le dijo en voz baja: - Si me da dos mil quinientos se la llevo a usté, señito. Ella le guiñó el ojo y respondió: - Anda, ve con él.
El niño tomó la maleta por la manija y se la echó al hombro con un gran esfuerzo. Bien valdría los dos mil pesos, pesaba como un demonio.
Se dirigieron hacia la salida de taxis y mientras esperaban el turno Miguel pasó la factura. El hombre lo miró de pies a cabeza, observó las gotitas de sudor que resbalaban por la frente tersa del pequeño, los labios apretaditos y la mirada ansiosa. Escuchaba con más fuerza la respiración agitada por el esfuerzo que había hecho y de pronto todos los demás sonidos desaparecieron de su cabeza… Comenzó a frotarse la rodilla mientras le ofrecía diez mil pesos y el taxi de vuelta si lo ayudaba a llevarla hasta el hotel. Era una oferta muy tentadora. Miguel no lo dudó un segundo. Tomaron el taxi hasta un hotelito en las afueras. Había que subir dos pisos. El hombre insistió en que no podía subir la maleta solo y que si no se la subía no le pagaría lo acordado. Miguel a regañadientes se la volvió a echar al hombro y subieron. Debía llevar piedras en ella y cada vez se agitaba más. Por fin llegaron a la puerta, el hombre abrió con la llave y le pidió que se la dejara sobre la cama. Era el último esfuerzo y Miguel ya quería irse a comprar las rosas. Escuchó el sonido seco de la puerta al cerrarse. Descargó la pesada maleta sobre la cama y se dio vuelta para recibir su pago. Miguel se despidió y se dirigió hacia la puerta cuando sintió que lo tiraban hacia atrás tapándole la boca con algo que olía extraño. No supo nada más.

II

Luzclarita conocía al pequeño mejor que sus propios padres, sabía que era una fecha importante y que al niño lo que más le interesaba era el dinero. Hacer su propia plata para no ser una carga en la casa. Era ambicioso, trabajador, responsable, medido en los gastos. Le extrañaba muchísimo que se hubiera demorado, pero no tenía tiempo para preocupaciones así que le dejó la nota pegada a la puerta y se fue.

Las horas pasaron rápidamente en el bar. Con tanta gente y tanto trabajo no podía darse el lujo ni de pensar por un instante. Cuando miró el reloj era más de media noche. Miguel no apareció.

Mientras cerraban miró hacia la calle para cerciorarse de que no se hubiera quedado con los clientes de salida… Pero no estaba. Se fue con una compañera a la Terminal, estuvieron por dos horas, casi hasta el amanecer, preguntando a los guardias de vigilancia del sitio. Luzclarita mostraba la foto que tenía en su billetera pero nadie daba razón. Un supervisor le propuso verificar con las cámaras de seguridad. Calcularon la hora de llegada y las rutas que venían desde el pueblo. Las imágenes iban pasando una a una frente a los ojos hasta que al fin reconoció la figurita delgada del niño subiendo al taxi con aquel hombre. El mayor de sus temores comenzaba a tomar forma.

III

Miguel trató de abrir los ojos pero algo se lo impedía, estaba en una posición muy extraña y un olor rancio se le metía por la nariz hasta el cerebro. No entendía nada y trató de gritar pero también había algo dentro de su boca, algo que sabía a combustible de cocina. La mezcla de olores y sabores le produjeron un segundo desvanecimiento que duró hasta que el sonido de una cremallera lo despertó nuevamente. Fue sintiendo que podía estirarse un poco pero seguía con los ojos vendados y amordazado. El miedo se iba apoderando de él y no recordaba nada salvo la mujer de la Terminal. Un golpe seco lo dejó sin respiración y lo tumbó al suelo. Escuchaba a lo lejos una cañada o un riachuelo. Entendió que no estaba en la ciudad, que la persona que le había dado el golpe no era conocida suya. Le decía cosas al oído que el pequeño no entendía. Pero a su mente vino la imagen del rostro de ese hombre, el de la voz fuerte y sin emoción.

IV

El hombre no escuchaba el riachuelo ni las garzas que graznaban cerca al estanque. No veía la caída del sol ni podía sentir la brisa fresca. Tenía sus ojos clavados en la imagen perfecta y delgada del niño retorciéndose en el piso como un gusano, como una babosa cuando le echan sal encima. Lo tomó por el cuello y se acercó para lamer el sudor de sus mejillas coloradas. Su lengua sintió el amargo sabor del trapo con el que lo había amordazado y se lo arrancó. Observó al niño escupir mientras el llanto y los gritos fueron aturdiéndolo más y mas: - ¡Si no te callas te mato! – le gritó mientras terminaba de atarle los pies descalzos.
Lo sujetó de la camisa y lo puso de pie. Encendió un cigarrillo y se sentó junto a una roca a mirarlo extasiado. El niño continuaba llorando sin gritar pidiéndole que no le hiciera nada malo. Cada palabra del niño era como una caricia. Y su respiración agitada… esa respiración que lo sedujo desde el primer instante. ¡Maldito niño, le daría lo que quería! Con rabia fue a buscar un cuchillo que traía en la maleta, la misma que el pequeño había cargado con tanto esfuerzo. Terminó de abrir la cremallera y un bracito muy pequeño se asomó desde adentro. Lo miró con desprecio: ¡Ya no me sirves de nada, mocoso! – gritó mientras le propinaba varias puñaladas al cadáver de un chico de 7 años que había corrido la misma suerte de Miguel dos días antes. Se volvió de nuevo hacia Miguel y con el cuchillo cortó la camiseta a rayas rojas arrancándola a pedazos hasta dejarle todo el tronco desnudo. Los ojos del hombre bailaban sobre la piel de durazno de la espalda del niño deseando comérselo lentamente. La saliva se le escurría de la boca y sintió la verga dura dentro del pantalón. Quería disfrutarlo todo. Sin precipitarse. Desabrochó la correa que sostenía sus pantalones y comenzó a frotarse despacio mientras acariciaba la cintura del pequeño que lloraba sin compasión.
El hombre ensimismado ya no escuchaba ni siquiera el llanto. Sabía que bajo los pantaloncitos de jean estaba el delicioso néctar y ya quería beberlo: - Te gusta, si, lindura, te gusta. Te daré lo tuyo.
Le rasgó los pantalones con el mismo cuchillo hasta dejárselos a la altura de las rodillas y dándole un golpe certero en la pantorrilla lo obligó a doblarse hacia delante. Estando casi sobre él le arrancó la ropa interior dejando a la vista sus nalguitas blancas y tersas entreabiertas por la delgadez. El niño seguía retorciéndose para tratar de zafarse pero lo tenía completamente dominado. Seguía frotándose ahora con más fuerza y ritmo que antes y cuando tenía la verga suficientemente dura comenzó a penetrarlo empujándola con sevicia mientras sentía la carne desgarrándose a su paso. Fueron pocos minutos, no más de cinco. Eyaculó con un gruñido de animal. Al retirarse se dio cuenta de que el niño había defecado y sangrado: - ¡Culicagado de la mierda! Mira lo que hiciste, cochino! – le decía entre risas de placer. Acercó su cara al culito y saboreó su néctar; una mezcla de sangre y heces, lamiéndolo por todas partes.

V

La Dra. Nelly Afanador, médico forense, llegó a la morgue diez minutos después de que le avisaran que dos cadáveres habían sido levantados y entregados. En 15 años de experiencia nunca había presenciado algo igual. No pudo identificarlos por huellas ni por fichas dentales. Lo único que pudo esclarecer es que habían sido asesinados con dos días de diferencia, ambos violados varias veces, torturados con quemaduras de cigarrillo y golpes por todo el cuerpo y, finalmente, decapitados. Post Mortem el asesino había cercenado sus genitales introduciéndolos en sus respectivas bocas. Habían sido transportados juntos en la misma maleta hasta la ladera de la loma de las garzas y depositados lejos de las escenas del crimen pero casi dentro del estanque como si el agua pudiera purificar los pecados.


VI

El hombre de la voz fuerte y sin emoción volvió a vestirse al cabo de 4 horas. Metió en la maleta los cadáveres de ambos niños y la cargó sobre su hombro. Caminó unos 7 kilómetros hasta llegar a una orilla del estanque donde dejó la maleta para sentarse a descansar. Encendió un cigarrillo y fumó lentamente haciendo círculos con el humo. Era más de media noche, durmió tranquilamente apoyando la cabeza en la maleta. Con las primeras luces del amanecer se incorporó, lavó su cara haciendo buches de agua para quietarse el hedor de la boca y sacó una libreta negra y vieja donde apuntó:

162, Miguel, 10-11 años, Abril 9 de 1998, Vereda el Ensueño.

Luego se fue caminando hasta la carretera principal donde tomó un bus que lo llevaría hacia el norte, esta vez la brisa le rozó la cara y aspiró profundamente lleno de satisfacción.


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Nota:

Luis Alfredo Garavito, “La Bestia” podría salir libre en 3 años más si no se toman medidas para aprobar los proyectos de Ley que le impidan a los pedófilos acogerse a los beneficios de rebajas de penas.

1 comentario:

Andrés Meza Escallón dijo...

UFF, qué historia tan tenaz. Lo peor del caso es que no es solamente ficción (como una historia de vampiros, extraterrestres, o de vampiros extraterrestres) sino que perfectamente podría haber pasado como lo describes.

Muy buen ejercicio y muy buen motor de reflexión.